¡ATRAPADO!

Jesús H. David

“Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras”.    Salmos 73:28.

Desde que yo empecé a tener uso de razón, me di cuenta que debido a la pobreza que identifica a la clase social a la cual pertenezco, para poder darme los gustos de los que goza la mayoría de la gente, sin esforzarme mucho, tenía que robar. En mi casa materna el dinero apenas alcanzaba para sufragar los gastos elementales, de modo que alrededor de los nueve años de edad, empecé robándole a mi Mamá, dinero para comprar cigarrillos y golosinas, e ir al cine.

Más tarde, cuando a mis 14 años empecé a trabajar, seguí apoderándome sigilosamente de todo lo que me llamara la atención en todos los sitios donde trabajé, sin que nadie se diera cuenta, ni me sorprendieran robando, convirtiendo el robo en un hábito permanente.

Ya en mi juventud me di cuenta que casi todos mis compañeros de trabajo, de una manera u otra, robaban cuando se les presentaba la oportunidad. Robar y mentir es lo más común que hacemos todos los mortales, y quien no lo hace, se expone a ser tildado de anormal, o raro.

Desde los 18 años empecé a hacer contactos para salir de mi país, ilusionado con que el dólar o la libra esterlina, me iban a proporcionar la satisfacción de tener todo lo que soñaba poseer, pero pronto me di cuenta que sin dinero y sin “conexiones”, para hacer realidad esa ilusión, iba a necesitar más de un milagro.

Cuando al fin pude salir de mi país, ya estaba casado, tenía 27 años y había pasado las duras y las maduras, para sobrevivir los dos primeros años de matrimonio.

Ya en el exterior, empecé a trabajar tiempo completo de aprendiz de carpintero de día, y por la noche, algunas horas extras como limpiador de pisos. Trabajar en limpieza de almacenes u oficinas es lo más fácil que puede lograr un inmigrante recién llegado y uno, con el afán de hacer dinero lo más rápido posible, toma la primera oportunidad de trabajo en limpieza que se le presente.

Al poco tiempo no me sorprendí mucho al enterarme que la mayoría de los limpiadores en el exterior, también roban, y algunos roban tanto, que deben vender sus mercancías robadas a los acaparadores inescrupulosos, cuya función es comprar y vender todo lo que los limpiadores se roban en los almacenes y oficinas.

 

Buscando un mejor futuro en el exterior

 

Para la mayoría de los hispanos de clase media baja, el poder salir al exterior, es una ilusión que nos empieza a inquietar desde muy temprana edad, y yo no fui la excepción.

En 1979, sabiendo que para entrar a Inglaterra no se necesitaba visa previa, y como me habían negado la visa para regresar a Canadá —aunque tenía una carta de recomendación de una celebridad nacional—, decidí probar suerte de nuevo e irme a buscar un mejor futuro para mi familia en Londres.

Con la ayuda de varios paisanos y mi limitado conocimiento del inglés, pronto conseguí trabajo limpiando las escaleras eléctricas de cinco pisos en el almacén Debenhams en Londres, haciendo parte del grupo de limpiadores de Ann Mahoney, una irlandesa pelirroja que a veces trabajaba tan duro como un hombre limpiando pisos, y era supervisora de la zona comercial central londinense para una gran compañía de limpieza.

Yo pronto me gané la confianza de Ann, pues le dejaba esas escaleras muy limpias y brillantes, ya que a nadie le gustaba ese trabajo de estar subiendo y bajando gradas, con un trapeador empapado en aceite en las manos, a las cuatro de la mañana, y para mí, que cuando estaba en mi país, me ejercitaba trotando durante la semana y jugando fútbol aficionado los domingos, ese trabajo me resultó muy fácil para realizarlo bien; por este motivo, Ann me enseñó también las técnicas para limpiar y conservar toda clase de pisos, y pronto yo estaba limpiando pisos toda la noche en el almacén Selfridges, y limpiando escaleras en las madrugadas en Debenhams.

En ese tiempo por cada libra esterlina que me ganaba me daban un dólar americano con ochenta centavos, y en mi país, por cada dólar americano que enviaba, le daban a mi esposa mucho dinero.

Yo vivía solo en habitaciones muy económicas, siempre tratando de ubicarme lo más cerca posible a mis trabajos, para ahorrarme lo máximo en el transporte y comía muy frugalmente, ya que cocinar no es una de mis habilidades. De este modo, podía enviar mucho dinero para mi casa, ya que trabajaba los siete días de la semana, más de quince horas cada día, a cinco libras esterlinas la hora. Con el dinero que yo envié, mi esposa construyó una casa en mi ciudad natal.

Yo ganaba dinero más que suficiente con mi trabajo y no necesitaba robar nada para enviar para mi casa, es más, me había prometido a mí mismo ser bueno, no robar, no beber, no fornicar, en vista de lo bien que me estaba yendo limpiando pisos, …pero el diablo es muy sagaz y astuto para engañarlo a uno y hacerlo caer en sus trampas.

 

El engaño del diablo

 

Una madrugada, limpiando las escaleras en Debenhams, me encontré un bolígrafo nuevo tirado en las gradas, lo recogí, y como no había ningún guardia de seguridad alrededor para entregárselo inmediatamente, lo guardé en el bolsillo de mi camisa con la intención de entregarlo a los guardias de la portería, tan pronto terminara mi jornada, acordándome de la promesa que me había hecho yo mismo de ser lo más bueno posible que pudiera.

Horas después, cuando estaba desayunando en un restaurante cercano, me di cuenta que el fino bolígrafo aún colgaba del bolsillo de mi camisa y se me había olvidado entregarlo a los guardias de la portería, y me dije: “Uhm, ¿pasé con este bolígrafo nuevo por en medio de los guardias y no se dieron cuenta que no era mío?  ¡Uhm, muy interesante!”

Desde ese momento todos los instintos de robo y las neuronas de ladrón que estaban apagadas en mí, revivieron, y empecé a tomar —mientras trabajaba— todo lo que me llamara la atención, y pudiera camuflar en mi vestimenta, y pasar desapercibido por los guardias de seguridad. El diablo me ayudó mucho en esto, pues varias veces me requisaron, cuando estaba cargado de cosas robadas, y donde me palparon, no me tocaron nada de lo que había hurtado.

—Cuántos inmigrantes hispanos como yo caemos en esta trampa del diablo, y cuando vemos que podemos conseguir fácil en el exterior, lo que no teníamos en nuestros países, nos dejamos envolver en el robo de mercancías, ya que, con un poco de malicia, es posible burlar a los ingenuos guardias que cuidan los almacenes y los edificios de oficinas. Y aún sin necesidad, porque ¿qué necesidad tenía yo de estar robando esas bagatelas cuando ganaba dinero por montones por el buen trabajo que hacía? ¿qué necesidad tenía yo de dañar mi futuro y el de mi familia, cuando me pillaran y fuera a parar a la cárcel? como les ha pasado a muchos inmigrantes, de todas las nacionalidades—.

Luego de un mes, como no tenía tiempo suficiente para limpiar todos los pisos que me ofrecían, y me pagaban mejor, dejé el trabajo en las escaleras eléctricas de Debenhams. Pero un mes más tarde, un sábado, Ann me pidió que volviera allá, para renovarle la laca al piso del supermercado en ese almacén.

El sábado por la noche no había ningún limpiador de turno trabajando, por lo que no me encontré con ningún colega que me pusiera al tanto de las nuevas cámaras camufladas que los guardias de seguridad habían instalado en puntos estratégicos del almacén, para detectar los ladrones y apresarlos.

 

Tan pronto cerraron al público el almacén ese sábado, yo me dediqué a hacer mi trabajo y no me extrañó no ver a los guardias de seguridad hacer sus cotidianas correrías, por lo que también me dediqué a husmear las mercancías nuevas y empecé a colectar y camuflarme en mi ropa, lo que me iba a robar esa noche.

Cuando a las dos de la mañana vino un guardia a decirme que alguien me necesitaba en la puerta, pensé que debía ser Ann, y nunca sospeché nada extraño, …hasta que vi dos policías de la Scotland Yard en la portería, quienes inmediatamente me rodearon.

—”Toda la noche lo hemos estaba viendo por las cámaras ocultas, como usted toma mercancías del almacén y se apodera de ellas, y lo tenemos filmado en un video, ¿nos permite una requisa?”

Yo estaba petrificado viendo en la pantalla la cinta con la filmación del robo continuo, cuyo actor principal era yo en persona, mientras los policías empezaron a extraerme mercancías de varias partes de mi vestimenta. Un sudor frío me recorría todo mi ser. —Yo nunca había estado en una cárcel, ni había tenido nunca nada que ver con la policía en ninguna parte—.

Me dijeron que quedaba arrestado, me esposaron y sacándome del almacén, me empujaron dentro de un auto.

“¿Nos dirige adonde usted vive voluntariamente, o tenemos que usar otros métodos para saberlo?”, me insinuaron con sarcasmo los policías.

Tan pronto les abrí la puerta de mi habitación, requisaron cada centímetro cuadrado del cuarto y encontraron y decomisaron más mercancías robadas, mi pasaporte con una visa de turista vencida y como seiscientas libras esterlinas en efectivo.

Después me llevaron a la Comisaría de ese sector de Londres, donde luego de enrostrarme mi delito y hacerme sentir toda la vergüenza, de un inmigrante que ha traicionado la confianza que le brindó ese país al abrirle sus puertas, me formularon dos cargos por robo, y una recomendación para que la Oficina de Inmigración me deportara, y me pusieron en una celda individual con una losa empotrada en la pared, que servía de cama, y un retrete.

 

En esa celda pasé el domingo, escuchando los horribles casos que se presentaban en las celdas aledañas, y pensando y pensando y pensando cómo iba a ser mi futuro, en una cárcel. No me podía explicar cómo había caído en esa lamentable situación, ni mucho menos encontraba respuesta a cómo iba a salir de allí. No tenía amigos. No tenía familiares en Londres. No tenía dinero. No tenía a nadie que me pudiera ayudar.

Entendiendo que mi problema no tenía solución y que iba derechito para la cárcel, me acordé de Dios. Yo tenía la experiencia que siempre que antes había estado en problemas, y cuando ya sentía que me ahogaba en mis errores, y que la inmundicia de mis actos me cubría, le había pedido ayuda a Dios y Él siempre me había respondido, solucionando de manera asombrosa mis problemas.

También recordé que después de cada situación en la que Dios había solucionado mis problemas, yo había permanecido un período muy sano, y sin cometer pecado, en agradecimiento por el obstinado amor que Dios me había mostrado, pero al cabo de un corto tiempo, máximo dos o tres meses, yo volvía a la bebida, volvía a robar, volvía a mentir y me convertía de nuevo en una persona normal, dispuesto a dejarme llevar por todas mis debilidades y delitos.

Por eso, esta vez me arrodillé en esa fría celda, y le supliqué a Dios que me ayudara de nuevo a salir de esa horrible situación, pero algo dentro de mí, me impulsó a agregar: “Pero Dios mío, si me has de ayudar esta vez, cámbiame, cámbiame, pues yo no quiero ser el mismo desagradecido de antes, que pronto me olvido de Tu inmensa misericordia y regreso a la suciedad y delitos que el mundo ofrece”.

 

Dios Todopoderoso está en control de todo cuanto existe

 

A la mañana siguiente nos llevaron a todos los delincuentes a la Corte para formularnos los cargos y dictarnos sentencia. Yo traté de conseguir a uno de los estudiantes de derecho, que pagados por Legal Aid, ayudan a los acusados en estos litigios, pero antes de encontrarlo, me vi en el estrado de la Corte, escuchando los cargos que el Fiscal me formulaba: dos cargos por robo continuo y una recomendación de deportación a la Home Office.

El Juez, enfundado en una impecable túnica negra y con su larga peluca blanca, escuchó los cargos y dijo: “Dentro de una semana se estudiará su caso y se le dictará sentencia, mientras tanto, va para la cárcel o sale en libertad provisional con una fianza de quinientas libras esterlinas, y se presenta diariamente en la Comisaría de su jurisdicción”.

Yo no tenía ese dinero, por lo que me dispuse a ser llevado a la cárcel por una semana, mientras me dictaban sentencia, y así se lo comuniqué al Juez.

Tan pronto acepté ser llevado a la cárcel, todos quedamos sorprendidos, cuando desde la barra de curiosos que presenciaban los litigios, se escuchó una voz femenina exclamando: “I’ll pay for him” (Yo pago por él).

Todos giramos tratando de descubrir quien había hablado, para ver a Ann Mahoney, ofreciendo pagar la fianza de libertad provisional de su limpiador de pisos, que no sólo había traicionado su confianza, sino que la había hecho quedar muy mal, pues sobre ella recaía toda la culpa de mi delito en la compañía de limpieza, pues ella era quien me había puesto a trabajar en ese almacén.

Yo pensé: —”¡Huy, esa mujer lo que quiere es verme afuera de esta Corte para matarme, esa mujer me va a arrancar la cabeza, por lo que yo le hice!”; pero aturdido con mis pensamientos, obedecí las indicaciones de los ujieres de la Corte, quienes me llevaron a una oficina, donde me indicaron a cuál Comisaría debía reportarme diariamente, y me dijeron que me podía ir en libertad condicional, porque Ann había pagado mi fianza.

Allí, empecé yo a sentir que Dios estaba en control de esa situación, y con esa confianza, busqué a mi supervisora Ann para expresarle mi agradecimiento por haber pagado mi fianza, a pesar de haber traicionado su confianza, y la encontré afuera, esperándome con su esposo Des.

Cuando estaba agradeciendo su actitud, y ella trataba de justificarme diciéndome que a varios limpiadores les había sucedido lo mismo anteriormente, se nos acercó un hombre extendiendo su tarjeta de presentación.

—”Perdón,” —dijo dirigiéndose a mí, “…yo soy abogado y me interesó mucho su caso, que escuché en la Corte, yo formo parte de un bufete de abogados y si Usted no tiene quien lo represente, nosotros lo podemos defender”.

—”Yo no tengo dinero para pagar un abogado”, —contesté.

—”Eso no es problema”, —replicó mi inesperado benefactor, ” …vamos a la oficina de Legal Aid y usted firma un poder donde me nombra su representante y el Gobierno va a pagar por mis servicios”.

—”¿Es esto posible?, —pregunté yo sorprendido, sin salir de mi incredulidad.

Ann y Des confirmaron lo dicho por el abogado y nos dirigimos hacia la oficina de Legal Aid, donde firmé el poder que lo autorizaba a representarme.

—”Lo espero el jueves en mi oficina para planear su defensa”, —me dijo contento el abogado al despedirse, pues había conseguido un nuevo cliente.

(Mucho tiempo más tarde, me enteré que ese acto de ese abogado, es ilegal, pues ningún abogado puede ofrecer sus propios servicios a ningún acusado; siempre debe ser el acusado quien busca los servicios de un abogado para que lo represente).

 

El inmenso y obstinado amor de Dios

 

Al despedirme de mis benefactores de turno, me quedé solo en el centro de Londres y analizando todo lo que estaba sucediendo últimamente en mi vida, sentí un fuerte deseo en mi interior, que me impulsaba a buscar una iglesia, para agradecerle a Dios por estos milagros que yo estaba empezando a ver en mi vida, pues con mi escaso conocimiento de Dios, pensaba que sólo en un templo se puede encontrar a Dios.

“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.

Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”.

1ª Corintios 1:26-31.

 

Deambulé por las calles del centro de Londres, buscando desesperadamente un templo adonde poder expresar mi agradecimiento, y encontré una vieja edificación, que por fuera parecía una iglesia; recuerdo que me costó esforzarme un poco para abrir las inmensas y pesadas puertas de madera, que me permitieron ver en su interior una inmensa cruz de madera vacía, colgando en el centro del altar, símbolo divino suficiente para mí en ese momento, que me motivó a arrodillarme en su estrado, y agradecer con muchas lágrimas en mis ojos, —que yo sin saber por qué brotaban desde lo más profundo de mis entrañas—, la inmensa misericordia que Dios estaba teniendo conmigo.

Yo no me podía explicar, como yo siendo tan malo como era, Dios se dignara favorecerme con Sus milagros. Porque reconocía que lo que estaba sucediendo en mi vida sólo podían ser milagros de Dios, en respuesta a mi oración en la celda de la Comisaría. Y yo ni siquiera sabía Quien realmente era ese Dios que me había escuchado.

Y una conjetura empezó a inquietarme desde ese momento: —Si siendo tan malo como yo era, Dios me favorecía tanto, ¿qué tal que lo conociera un poco y pudiera obedecerlo mejor?

Una chispa de curiosidad despertó mi interés, en lo profundo de mis entrañas.

“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida”.

Romanos 5:10.

 

La falta de conocimiento

 

Recordé que mi compañero de trabajo Pedro Tovar, —un colombiano que siempre andaba con una Biblia debajo del brazo—, había tratado varias veces de hablarme de Dios, y yo con evasivas e insultos siempre lo había evitado; pero ahora, yo necesitaba que me predicara de Dios y lo tuve que buscar.

Al día siguiente lo llamé por teléfono a su casa y le conté lo que Dios estaba haciendo conmigo, pero cuando le dije que yo no sabía, Quien era ese Dios que estaba actuando en mi vida, él exclamó:

“¡Gloria a Dios, porque el Espíritu de Dios te ha guiado a buscar el camino correcto para conocerlo! ya mismo vamos a encontrarnos en High Park y yo te voy a mostrar Quien es El que te está contestando”.

Nos encontramos en una banca de High Park, y allí, con la Biblia en la mano, Pedro me fue mostrando Quien era ese Dios que me había escuchado, y lo que Dios había hecho para liberarme del pecado.

“Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.

Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Romanos 6:20-23.

 

Yo no entendía completamente todo lo que Pedro me explicaba, pero con mucha paciencia y conocimiento, él me iba haciendo entender el inmenso amor de Dios por todos los pecadores, y cuando lo acosé con preguntas más profundas, él con mucha prudencia y sabiduría de Dios, me explicó el nuevo nacimiento que se había realizado en mí, y como siendo un bebé espiritual, debía darle tiempo al tiempo, para obtener una respuesta a tantos interrogantes, que las religiones y nuestro diario vivir ponen en nuestra conciencia, quitándonos la paz y seguridad, que únicamente nuestro Creador nos puede dar.

“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu del Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las cosas que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”.  1 Corintios 2:11-14.

 

Luego de hablar de Dios toda la tarde, y empezar a dar los primeros pasos con la guía del Espíritu Santo, Pedro me llevó al templo de la Congregación de Evangélicos de Habla Española en Inglaterra, Christchurch, Mayfair, que estaba en Down St. y Brick St., donde me presentó al venerable Pastor Claudio E. F. Shepherd, y a un gran grupo de teólogos, misioneros y evangelistas, quienes con mucho amor me recibieron como su hermano, y se encargaron de alimentarme espiritualmente, a la medida que crecía el nuevo hombre en mí.

“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que, si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aún si a Cristo conocimos según la carne, ya no le conocemos así. De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; ha aquí todas son hechas nuevas”.

2ª Corintios 5:14-17.

 

Para Dios nada es imposible

 

“Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible”.

Mateo 19:26

 

El lunes siguiente me presenté en la Corte para ser enjuiciado y sentenciado y luego de haber sido presentados los cargos que me formulaban, el abogado empezó mi defensa mostrando una imagen de la honradez que yo había exhibido en mi trabajo, cuando al poco tiempo de haber empezado a laborar en Debenhams, había entregado a mi supervisora Ann una bolsa que me encontré en un pasillo, conteniendo diamantes y piedras preciosas, lo cual causó la admiración de muchos y me ganó la confianza de Ann, quien desde ese momento en adelante siempre los viernes, me daba a guardar una bolsa con miles de libras esterlinas en efectivo, para ella pagar su salario a cada uno de los ochenta o más limpiadores que trabajábamos para ella, el sábado por la mañana.

—Yo nunca le robé porque sabía que el dinero estaba contado y si algo le faltaba, a la mañana siguiente, ella iba a saber quién lo había robado; y la bolsa conteniendo diamantes y piedras preciosas la entregué, porque me pareció muy sospechoso que la hubieran tirado y pensé que la habían dejado a mi paso, para probar mi honradez, y yo no era tan estúpido para descubrirme y ponerme en evidencia recién llegado a Londres, y con muchos acreedores esperando por su dinero en mi país—.

Cuando el juez llamó a Ann Mahoney a testificar sobre esa versión, ella no sólo corroboró lo expuesto, agregando que nunca le había faltado ni un penique del dinero en efectivo que me daba a guardar cada semana, sino que hizo una apología de mi conducta y pidió clemencia por mis delitos.

Luego el abogado enfocó su defensa denunciando que yo había sido víctima del sistema británico, que no había previsto que un inmigrante del tercer mundo, no puede resistir la tentación de apoderarse de todo lo que nunca ha tenido, cuando se ve frente a la descomunal exhibición de mercancías que hay en los grandes almacenes y la facilidad de tomarlas. De modo que el sistema británico era más culpable que yo por haberme tentado sin ninguna consideración. Puso el ejemplo de un animal hambriento en una carnicería con poca vigilancia, va a terminar comiéndose un buen trozo de carne.

 

Al terminar su sorprendente exposición, el abogado pidió clemencia por mis robos y anular la recomendación para deportarme, pues yo prometía abandonar el país voluntariamente.

En seguida el Juez dijo: —”Voy a dictar sentencia”.

—”Por dos cargos de robo continuo el acusado pagará una multa de ciento veinte libras esterlinas y la recomendación de deportación queda anulada”.

Mi incredulidad no podía creer lo que veía y escuchaba, pero era más que evidente que Dios estaba en control de mi vida, y esto no era sino el principio de una interminable serie de milagros y maravillas que he visto y experimentado, mostrándome el inmenso y obstinado amor de Dios por todos los pecadores y su fidelidad para cumplir todas las miles de promesas que están registradas en la Biblia.

 

Disfrutando las promesas de Dios

 

Esa tarde, en la comida de celebración que Ann y Des me invitaron, Ann me comunicó: “Desde mañana en adelante va a trabajar tiempo completo en el edificio del Ministerio de Industria y Comercio, de lunes a viernes, sin ninguna tentación, con el mismo salario que ganaba antes, y los fines de semana puede limpiar pisos en museos, teatros y salas de exhibición, con dinero extra de acuerdo al contrato”.

Yo sorprendido, estaba empezando a saborear las delicias que nos proporciona el inmenso amor de Dios.

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.

Juan 15:7.

 

Cuando empecé a trabajar en el Ministerio de Industria y Comercio, también me dieron permiso para estudiar inglés al mediodía en un instituto cercano, —conocimiento que me ha servido para más tarde ser profesor de inglés en mi país, operador bilingüe para una cadena de hoteles cinco estrellas, y tutor de español en una academia cristiana canadiense—.

También tomé un curso de Teología Pastoral en el famoso Spurgeon College, en Londres, donde encontré la respuesta a todos los interrogantes sobre religiones que yo tenía, y me capacitó para llevar el mensaje de salvación a mi casa, y al regresar a mi país, vincularme con mi familia a la Iglesia Bautista de mi ciudad, como Maestros de Escuela Dominical, con mi esposa.

Más tarde, el Señor me abrió de nuevo las puertas de uno de los mejores países que existen sobre la tierra, —desde donde me habían deportado por estar trabajando sin permiso de trabajo—, para laborar como Editor del único diario en español en Canadá; solucionar mis problemas inmigratorios alcanzando la ciudadanía; adoptar y nacionalizar a tres niñas de mi ciudad y vincularme a las Iglesias La Catedral de la Fe, Hombres de Negocios del Evangelio Completo, The Prayer Palace, El Remanente Fiel, y la Comunidad Cristiana de Amor Maranatha Toronto, donde he encontrado, dirección y apoyo para  continuar triunfando en el exterior.

“No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé”.

Juan 15:16.

 

Yo nada tenía, sólo sueños e ilusiones, todo lo quería para mí y todo me hacía falta, pero desde que recibí el amor del Señor Jesucristo en mi corazón, no me hace falta nada, disfruto de una buena vivienda en el centro Toronto, manejo un vehículo último modelo, y he alcanzado la jubilación en este hermoso país.

Sigo sin tener nada material, pero ahora no me hace falta nada material, porque con el Señor Jesucristo en mi corazón, lo tengo todo. Tengo una hermosa familia, encabezada por una maravillosa esposa, quien es una de las más grandes bendiciones que Dios me ha regalado, unas preciosas hijas y yernos temerosos de Dios, y triunfando en la vida, y once nietos y nietas con un futuro prometedor, guiados y protegidos por el amor de Dios en Cristo Jesús.

Aquello que ni el dinero, ni los títulos, ni la belleza física, ni el robo, ni la mentira, ni la fama, ni el intelecto, ni la clase social, ni la raza, ni la juventud, ni la vejez pueden ofrecer, el amor de Dios en el Señor Jesucristo, me lo ha dado gratis. He estado en sitios y ocupado posiciones que sólo los poderosos, o los ilustres de este mundo pueden ocupar, como hijo del Rey de reyes y Señor de señores, cumpliendo Sus propósitos.

Y ahora, cuarenta años más tarde, ya estoy enseñado a vivir sorprendido de sorpresa en sorpresa, y no me voy a cansar nunca de dar gracias a Dios, por haber tenido misericordia de mí y de toda mi familia, al escuchar mi oración desde la celda de esa Comisaría londinense, donde fui a parar a causa de mis robos y delitos.

Es delicioso ser Cristiano y ser dirigido por el Espíritu Santo de Dios.

 

Amigo inmigrante hispano en el exterior:

 

Si tú te identificas con alguna de las situaciones relatadas en esta historia y no conoces a Dios, como Dios realmente es, yo te aseguro que Dios está a la puerta de tu corazón, y te llama de día y de noche, dondequiera que te encuentres, para ayudarte, para que tú le abras la puerta de tu corazón y le permitas ayudarte.

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.               Apocalipsis 3:20.

 

Si tú te encuentras pagando en una cárcel las consecuencias de algún delito que has cometido, o en un sanatorio tratando de recuperarte por los desmanes que realizaste, con lo mucho que ganaste en el exterior, o simplemente estás trabajando y acumulando riquezas mal habidas, siendo tentado cada día por la facilidad de conseguir mercancías robadas, ya deja hoy de hundirte más en las tinieblas del pecado, que sólo producen muerte y tragedias, ábrele tu vida a Jesucristo y empieza a disfrutar realmente de la vida victoriosa que Dios nos ofrece.

“Porque el Hijo del Hombre vivo a buscar y a salvar lo que se había perdido”.               Lucas 19:10.

 

“Porque Dios ama tanto al mundo, que ofreció a su único Hijo, para que todos los que crean en El, no se pierdan, sino que tengan vida eterna”.         Juan 3:16.

 

Citas Bíblicas de la Versión Reina Valera 1960.

 

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